Por Santiago Beretta.
Los centros culturales, los bares pequeños y las casas okupadas son en las grandes ciudades epicentros de movidas nocturnas donde los artistas pueden generar un diálogo profundo con su público y, en lo posible, ganar unos pesos. Tomemos a la música como ejemplo: desgarrar un acorde apasionado entre jóvenes que bailan o amenizar una mesa gourmet donde se está comiendo una pizza con palmitos no es lo mismo. Ni hablar, tocar en un espacio manejado por un proxeneta donde la condición a priori es vender una suma de entradas -es decir, pagar implícitamente el alquiler del local- que hacerlo entre personas que, al menos, intentan pasarla bien y comparten ciertos códigos comunes.
La tragedia de Cromañón inauguró una nueva época en lo que respecta a la movida nocturna: los controles municipales de los gobiernos anti populares, amparados en ordenanzas de épocas pasadas, ya caducas e incluso incumplidas sin represalias durante años, comenzaron a hostigar y prohibir el funcionamiento de los lugares alternativos a los circuitos comerciales u oficiales de las ciudades.
Los grandes ejemplos: el PRO en Buenos Aires, el socialismo en Rosario.
Lo que ocurre oscila entre lo absurdo y lo despiadado: si tenés un bar con la radio prendida y dos parroquianos deciden bailar, te lo pueden clausurar por no contar con la habilitación para que la gente mueva su cuerpo; el centro cultural del que formás parte no podrá ofrecer recitales si solo está habilitado como tal. El control abre paso a las clausuras. El estricto cumplimiento de una vieja ley termina de cerrar la noche -en la volteada de los últimos meses, además de bares y centro culturares, se cerraron también locales de mediano tamaño con propuestas ancladas en lo comercial.
En noviembre de 2012 desalojaron y derrumbaron Kasa Pirata para en su lugar construir uno de los tantos edificios de la especulación inmobiliaria. La misma suerte corrió, en febrero de este año, Kasa Tobogán. Ambas okupaciones habilitaban, en su potencia vital, derivas artísticas y existenciales alucinantes. Matías Buscatus, conocido artista plástico callejero, dijo al respecto cuando lo entrevistamos: "Acá lo que se necesita son espacios, no hay cabida para la música ni para la plástica, los lugares chicos terminan cerrando porque se ahogan en la cuenta de alquiler, se alquila una casa entre diez y no se puede sostener; que dure un año ya es algo increíble. En Kasa Tobogán funcionaban distintos tipos de talleres artísticos; se tenía buena relación con los vecinos y el barrio. Vos ibas y te decían: 'Te interesa el espacio, usalo. ¿Querés hacer muestras o recitales? Vení. No te cobraban ni exigían nada. Se arengaba la buena onda y las ganas de compartir y crear. Si existiesen ocho lugares de esos abiertos, el flujo cultural sería otro, un flujo que ahora no existe. Hay cosas que se mueren por falta de espacios. ¿Y porqué se cerró? Para hacer un edificio de departamentos. ¿Y qué cultura se establece? La de la grilla de los fines de semana de la municipalidad. Cerraron un centro cultural y dejaron a mucha gente en banda".
Recordemos que en el desalojo de La Pirata, el gobierno local jugó un papel activo: fueron los camiones de Control Urbano los que se usaron para cargar las pertenencias de los okupantes.
Del 2003 a esta parte, de la mano de Miguel Lifschitz, la municipalidad de Rosario prohibió la venta de bebidas alcohólicas en las calles después de las 23 hs. Para escabear al bar: es decir, se dificulta la juntada en la esquina -deriva de encuentro que en los noventa, cuando no había un peso, funcionaba como aguante colectivo ante el derrumbe social- en pos de cumplir el mandato de los comerciantes. Sinceramente: ¿qué otro objetivo puede perseguir una medida así?
Ahora cayeron los pequeños y medianos bares. Y los ejemplos antes nombrados - clausura de las esquinas y kasas okupadas- quizás demuestren que los controles, más allá de un legalismo estrecho, cierta idea sanitarista de la vida y el miedo a una posible tragedia logran en sus resultados finales el acorralamiento de espacios colectivos donde el dinero no es lo principal o, al menos, no es lo único.
¿Porqué no inauguramos fiestas, recitales, eventos, de día pero también de noche, en plazas, parques y lugares públicos? El sonido sale de una columna de luz, la gente siempre se convoca y el escabeo que lo provea un kiosco. ¿Acaso nos importa una ley botona en tanto podamos eludirla? ¿Podemos eludirla tan fácilmente?
Músicos y dueños de bares están dando una pelea legal. Los primeros quieren mejores condiciones laborales: más espacios para tocar y arreglos en los que no solo ganen los bares. Muchos dueños de pequeños y medianos locales son unas ratas, hay que decirlo. Y los dueños de los bares, muchos de ellos copados -esto también hay que decirlo- buscan nuevas ordenanzas para que lo que allí se agita no sea reprimido.
Los que no tenemos un bar ni somos músicos ni artistas ni nada debemos por nuestra parte abrir la noche. Que el bar pequeño le dé unos pesos a sus dueños y al artista que quiere vivir de lo suyo. También cabida al que quiere divagar, charlar, encontrarse, emborracharse, perder el tiempo o ver el mundo desde una ventana.
Que el bar sea un loco barco y la esquina un bar donde entre el que quiera. Quizás las ordenanzas se consigan. Permitirán que funcionen más tranquilos algunos lugares en una ciudad donde un estado muy estrechamente ligado a lo privado pretende institucionalizar o privatizar lugares y energías vitales hasta ahora ajenas a su órbita. Cuando las ordenanzas sean otras, no nos olvidemos de hacer una fiesta de la gran puta. Y si nunca las conseguimos, hagámosla también.
Salud.