Violeta, cantora, artesana, guerrera.
Violeta como un color, una planta salvaje creciendo en el jardín, la distancia entre las montañas y el mar. Violeta como un recuerdo questá vivo, el despertar de Arauco, la juventud que se fue pero siempre vuelve, como las estaciones, como el pulmón del océano.
Sus poemas se van armando pueblito a pueblito, persona a persona, sílaba a sílaba, y así nos va pintando una tierra, su historia, lo permanente en lo fugaz.
Su voz vibra en mantras andinos: soledades de Atacama, la cosecha cotidiana del amor, un valle lleno de injusticias, lagos lamiendo los pies de los arrayanes, la chicha y el vino en un día de fiesta.
Nicanor, imaginario, ambiguo, sobreviviente.
Nicanor como una ironía, la anti-poesía poética en un país ya saturado de lirismo. Nicanor como la electricidad en el aire en las tormentas, como un piedrazo a la ventana indiscreta del ideologismo, una renuncia a la especulación soberbia, vulgar.
Sus anti-poemas son hiedras sobre ruinas, fruto venenoso del sarcasmo, y así se va yendo, como la mosca vuela de aeropuerto en aeropuerto sin jamás encontrar un hogar.
Su incredulidad huele a decepción, su angustia es un escupitajo facial, abriga en la noche como la elegancia de un curda y su cueca entonada largamente.
Por Marcos Mizzi.