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LITERATURA MÚSICA ARTE CINE TEATRO ROSARIO

SIGNADOS POR LO QUE VIMOS. Entrevista a J.C. Margaretich

Nacido el 11 de octubre de 1956, acá, en Rosario donde actualmente cumple su estancia, Juan Carlos, o Jaime, como le gusta que lo llamen, es de esos tipos a los que la memoria le queda chica al cuerpo y no sólo recuerda, si no que vive.
Presentó hace poco los cuentos reunidos bajo el título “Tengo que continuar no puedo seguir así”, y con la excusa del libro charlamos en una mesa del Bar Blanco y en un departamento en microcentro.
“La memoria”, nos dijo entre otras cosas que definen su querible humanidad, “es algo que queda a través de lo que uno percibe, son marcas en el cuerpo social, no son hechos históricos. Los hechos quedan en los archivos, en los libros, pero la memoria es otra cuestión, son marcas, cicatrices de lo que se percibe.”




-¿Desde cuándo venís laburando con “Tengo que continuar, no puede seguir así”?

-En realidad, hay algunos cuentos que son reescrituras de relatos que publiqué en otro libro, pero más de la mitad son relatos nuevos. En fin todos lo son, la reescritura es lo mismo que un relato nuevo. Muchos los empecé a escribir hará 8, 10 años...

-En el libro aparece esto de que estamos signados por lo que vimos...

-Para mí por lo menos, desde la formación del pensamiento, que primero surge como imagen, luego se formula en palabras pero aparece como una imagen. Lo primero es la visión, el lenguaje es posterior, entonces lo que a uno lo va signando es lo que ve, eso es inevitable. Justamente estoy trabajando como acompañante terapéutico, y estamos trabajando con un chiquito que es sordo, y realmente él se fue formando a partir de las imágenes, tardó un montón en construir usos verbales. Y este chiquito quiere abrir todas las puertas para ver atrás, no puede esperar que le cuenten que hay algo ahí, si no que sabe que tiene que ir a ver, si no no se entera de nada...
En el lenguaje juega la cuestión del sentido, porái uno interpreta una cosa y resulta que no, uno piensa que tiene una certeza y al día siguiente se da cuenta que estaba confundido.  Y por eso de alguna forma uno también toma una decisión sobre el mundo, sobre lo que ve que no le gusta, creo que Alejandra Pizarnik decía en una poesía: “mis ojos recorren el mundo y no les gusta lo que ven”, una cosa así, y de ahí creo que muchos adolescentes nos enganchamos a militar en los 70: había muchas injusticias, porái uno no las tenía bien en claro pero sabía que algo estaba mal, y entonces a ver qué podemos hacer, le podías errar o no pero era un intento de modificar el mundo, y era un intento muy generoso porque más de uno entregó la vida en eso.

-También en los cuentos hay una cuestión cinematográfica...

-A mí me cuesta mucho escribir guión. En una serie que dirigía el Nene (Héctor) Molina, nos pasaron un guión a mí y a un amigo a ver si podíamos arreglarlo, y a mí me cuesta mucho pensar visualmente, porque el poder evocativo de la palabra es muy distinto, corre a través de otros carriles, lo que vos narrás en el cine, lo mostrás, está ahí, lo estás viendo, entonces tenés que dar cuenta todo lo que se va a haber en la imagen. Es totalmente distinta la fascinación de un relato visual que la de un relato escrito, y por otro lado el relato tiene otra libertad que no tiene el guion: vos sos dueño de la última escritura, en vez en el guion la última escritura es la película... Yo creo que a la mayoría de los escritores le gustan las historias, en el cine, en el teatro, pero evidentemente me cuesta moverme en grupo, el escritor es una cosa más solitaria y tiene el control de lo absoluto. Parece una cuestion paranoica y posiblemente sea así (risas).

-La otra vez decías que cuando uno lee un libro, lo resignifica, termina siendo de uno...

-Es que siempre pasa eso, la lectura es de uno, siempre me parece. Siempre es una reescritura, porque uno escribe a partir de lo que lee, y quieras o no quieras estás choreando algo, en el buen sentido obviamente. Uno va eligiendo, de todo eso que lo rodea, la realidad. Como dice (Jean Luc) Godard en una época uno pensaba que veía todo el cine del mundo, y ahora te das cuenta que es imposible ver todo el cine del mundo, igual con la literatura. Como estos grupos académicos, o la movida literaria, tambien te ofrecen una porción de lo que se les ocurre a ellos que es lo más importante, o un soló camino por donde explorar eso...

-En ese sentido, ¿qué camino seguiste? ¿A quién le choreaste?

-(Enrique) Wernicke me parece uno de los más impresionantes, y como yo vivía en el campo, y este tipo venia de ahí, entonces tengo afinidad. A mí me gustan los escritores en los que me identifico como ser humano, porque me emocionan, hay identificación con lo que me están narrando. Cosa que con Borges no me pasa, porque  si bien sus cuentos son racionalmente muy alucinanes, me falta una cuota de emoción que no le encuentro nunca. Es un tipo muy erudito, esto y lo otro, pero no me vuelve loco. En cambio Wernicke tiene unos relatos impresionantes, lo recomiendo. Era artesano, fabricaba soldaditos de plomo, y por ahí encuentro otra identificación... Y no andaba en el ambiente literario, lo conocía a Neruda unicamente. Recién después de los 70, en toda América Latina le reeditan un montón de libros y lo vuelven a conocer, porque estaba negado. Nunca anduvo por eso círculos literarios que todos los escritores argentinos, por el lado de los reconocidos o por el lado de los más marginados... No, éste andaba al margen de todo.... Y el otro de los que me han apasionado es (Horacio) Quiroga: “A la Deriva” la verdad es muy muy bueno...  Y después muy dentro de la tradición yanqui de escritura, (Raymond) Chandler, que me gusta más que (Dashiell) Hammett en realidad.  Y Jim Thompson, David Goodis...

-La infancia y los recuerdos se ven bastante en el libro. Hay una frase, “mirar por los agujeros de la memoria”...

-Es que yo cuando empecé a escribir me fui para atrás, empezando desde la infancia, y empecé a abrir esos recuerdos y evidentemente hay un montón de cosas que aparecieron. Son una construcción digamos, están atravesadas por el deseo y hay cosas que negaste y no existen en tu memoria.

-Lo interesante es que no lo escribís con nostalgia.

-En el primero, que es “Suceden Cosas”, se da el encuentro con lo siniestro, el error cotidiano,  porque para un niño la muerte es algo raro. Por ejemplo, la muerte es un lugar, alguien que se va a otro lado... Pero cuando se ata a algo mas cercano, ¡pum!, aparece el horror, el descubrimiento ese de que la muerte es algo más duro... Yo tuve una hermano que murió en un accidente. Y luego nací yo y me pusieron el mismo nombre y bueno lo que se cuenta allí, ver una tumba con tu mismo nombre.... Y ahí esta esta cuestión de identidad, yo me acostumbraba a cualquier nombre que me ponían. Porque a mi me quedó Jaime como un nombre, que era un sobrenombre en realidad, desde muy joven. Era una salida para eso que no me gustaba.

-¿A escribir poemas nunca te mandaste?

-No, no, porque no leo mucha poesía tampoco, y no sé como se escribe una poesía, básicamente (risas). Incluso cuando leo poesía me gusta la más narrativa, Roque Dalton, (Charles) Bukowski. De la mayoría de los poetas no he leído un carajo... Al que sí he leído, el único, y no sé por qué, es Juanele Ortiz, y algunas cosas me parecen maravillosas. Tiene algunas imágenes que son impresionantes y es de acá aparte, por donde yo siempre me moví. Le gustaba el porro, por eso me cae bien (risas). Dicen que se fumaba un par de porros y lo venían a visitar y le tiraba onda a las mujeres de los que venían a visitarlo, pero para ponerlo paranoico al chabon nomás (risas). O para que se vayan porque le rompían las bolas.

-El cliché es que la novela es el “súmmum” del escritor, ¿escribiste alguna o tenés en mente?


-Sí, sí, tengo empezada unas 7 u 8, pero empezadas y nada más (risas)... Siempre me asustaron las novelas, hay una en particular que tengo ya la cabeza en la historia, que son dos personajes que están bastante sacados y andan dando vueltas por el Paraná en una canoa, porque se escaparon de un lugar, que nunca dicen dónde es, siempre lo nombran como “allá”, y se van encontrando con gente que conocieron “allá”... Y no les voy a contar más a ver si después compran el libro (risas)... Me gusta la estrategia para escribir una novela. En ese sentido el cuento se acerca más a la poesía, más concentrado, tiene que ser bastante redondo, no se puede abrir, y en la novela se pueden hacer flashback, cambiar el narrador. Y en esta novela estoy tratando de que sea contada por distintos personajes, algo más coral.

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